miércoles, 26 de junio de 2013

Recuerdo de Plinio

Entre 1953 y 1985, Francisco García Pavón escribe ocho novelas largas, cuatro cortas y diecinueve relatos protagonizados por el jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso (GMT) en los que se enfrenta a las diversas variantes delictivas de lo cotidiano. El escritor ruraliza al detective y lo dota de un doctor Watson que es veterinario: Don Lotario, que, entre el homenaje y la parodia sirve -como todos los doctores Watson, desde el cronista de Dupin al Biscuter de Carvalho, por citar otro español- para dialogar el personaje, efectuar las notarías de sus peripecias y representar al lector en el interior de la trama.  

Con estos elementos y convirtiendo el pueblo de Tomelloso en su zona de experimentación particular, descompone eso que la religión denomina el Mal en múltiples males menores para demostrarnos que forman parte de todos nosotros: la envidia que corrompe, la miseria contagiosa, la decisión de matar, el secuestro como última forma de la atracción, la mezquindad en sus múltiples transformaciones. Son resueltos, así, eficazmente todo tipo de casos que se presentan en la localidad manchega y alrededores, desde asesinatos a robos de jamones.  

Manuel González, alias Plinio, es un tipo cachazudo y tranquilo, con una sensibilidad oculta pero viva que es su mejor baza para resolver unos asuntos a los que se enfrenta más con su intuición, sus pálpitos, que con las habilidades deductivas consuetudinarias en los protagonistas de esta calaña literaria. Profundo conocedor de su gente, de la gente -de hecho termina siendo reclamado por Madrid en Las hermanas coloradas para resolver un caso-, templado y sin embargo curioso, coincide con Holmes en la necesidad del crimen como desafío intelectual y se hunde en el aburrimiento en época de sequía delictiva (aunque sin necesidad de drogas para su combate). 
Con su vocación para profundizar en las motivaciones, constituye un estereotipo opuesto al tipo duro norteamericano, pero es capaz de compartir con dichos héroes una concepción moral que no tiene por qué coincidir con la establecida. Plinio conoce la naturaleza humana y sus periplos por el mundo entero sin salir de su pueblo. 

Su lenguaje itinerante recoge, con un oído excepcional, los lenguajes de la gente de la calle, de sus vecinos, acercándonos obscenamente al delincuente y a su opuesto, sentándolos a nuestra mesa, igualándolos a fuerza de humanizar sus retratos.
Así, García Pavón enfoca el género conocido como novela policíaca como una mezcla de lo estrictamente policíaco con elementos costumbristas y crítica social hasta donde era posible en la época. Eso le da pues un particular lugar en la historia de la novela negra española, gracias a la inmensa prosa de su autor, que utilizará en sus narraciones el mejor castellano que conoce.

Imprescindible, tras la lectura, asomarse a la serie de ocho capítulos que protagonizaran dos espectaculares Antonio Casal y Alfonso del Real en el papel de los detectives (ver imagen 1), emitida por TVE en 1972, y recuperada por los autores de este blog. La novela negra, como todo buen género, es inmortal de por vida.


© Daniel Arana García de Leániz
Junio 2013

martes, 25 de junio de 2013

Tibiezas


 Puede ser la poesía el soplo de vida para la figura de barro, pero
              y si se han acabado las PALABRAS
                       y si el alma aflige un esquema

                                   Hierro/Sal trepan por el subconsciente
          así se dirigen las ideas veniales, perdidas
                                                  PAUSAS QUE NO CESAN
          Pura incandescencia de noche
          que
               atrapa el camino a un dios inexacto
                                                           al dios que murmulla fugaz

RÍOS
   donde la vida NO es salvo tibieza uniforme
   donde hay la detección de un instante
                           Existe el hoy, encarnado y desmembrado, en un MAÑANA
                           Quiromancia del habla
                                                         Privacidad

Somos pura sublimación, NO necesariamente
                 Renuncia
Somos los hombres de mármol, vencedores de la
               NADA

                                                    Somos sólo los últimos juegos prohibidos


© Daniel Arana García de Leániz
Junio 2013 

lunes, 24 de junio de 2013

ANOCHE SOÑÉ QUE VOLVÍA A MANDERLEY (o El Extraño Caso del Dr. MacGuffin)



El martirio que sufre Joan Fontaine en “Rebecca”, el sueño de Gregory Peck en “Spellbound”, el intento de envenenamiento de Ingrid Bergman en “Notorious”, el ataque de los pájaros a Tippi Hedren en “The Birds”, los terribles asesinatos de Janet Leigh, del espía Gromek, Karin Dor, o de la mujer de Blaney en “Psycho”, “Torn Curtain”, “Topaz” o “Frenzy”, respectivamente…son varias de las cuestiones que han quedado para el inconsciente colectivo en los que nos confesamos fanáticos de Alfred Hitchcock. 


Su obsesión por sexualidades malsanas, psicoanálisis, violencia, la mentira…todo ello hace de su cine algo mágico, que no envejece; películas en su haber que ganan con cada visionado. En fin, estamos ante uno de los genios eternos de la cinematografía.


De Alfred Hitchcock poco puedo decir que no sea conocido. Nació en 1899 en Inglaterra y moriría en Estados Unidos en 1980. Su estricta educación católica, su relación freudiana con su madre, y si esto lo unimos a su aspecto, hicieron de él un niño tímido y apocado, rasgos que le acompañarían el resto de su vida. Tras morir su padre, tuvo que comenzar a trabajar en una compañía de telégrafos, aunque la pasión por el cine ya había comenzado. En poco tiempo y con pocos trabajos realizados se convertiría en todo un símbolo del cine británico. En 1937 se trasladaría a Estados Unidos y comenzaría el mito. Eterno candidato a los premios Oscar, nunca ganaría ninguno, excepto el honorífico en 1968.


Genio que, como todos los que ha habido a lo largo del siglo, también cometió sus errores: entre ellos, destacaría su un tanto infantil y maniquea visión de la Guerra Fría –“Torn Curtain” y “Topaz” pecan a veces de dicha visión, irremediablemente- su en ocasiones incomprensible tendencia al “miscasting” –casos flagrantes como el de Sean Connery en “Marnie” o Frederick Stafford en “Topaz”, la tantas veces injustamente vilipendiada película del maestro- o, desde luego, un desaforado uso de la transparencia.


El director francés François Truffaut comentará: “Observando el trabajo de Hitchcock se da uno cuenta de que a todo lo largo de su carrera ha intentado construir films en los que cada momento fuese un momento privilegiado, films, como dice él, sin agujeros ni manchas (…) en cada película de Hitchcock se observa que cada una de las escenas son privilegiadas, dos escenas de suspenso no pueden ser separadas por una corriente, (…) Hitchcock tiene horror a lo corriente. El Maestro del suspense es también el de lo anormal” (El cine según Hitchcock, Madrid: Alianza editorial, 1974, p. 12).


Actualmente, cuando el cine se ha ido degradando, con honrosas excepciones, hasta lo banal, carente de ideas, y en un momento en el que cualquier insensatez se supervalora ad nauseam, no nos queda más que seguir reivindicando a un Maestro con mayúsculas, uno de esos pocos directores de los que prácticamente todo el mundo ha visto alguna de sus películas, o conoce a la perfección alguna de sus secuencias.


Para nosotros, hoy y siempre, Hitchcock.


© Daniel Arana García de Leániz
Junio 2013 

domingo, 23 de junio de 2013

Noche de San Juan


 Mundo que vibra más
     me abrazo a esas palpitaciones
             que resuenan y me arrastran
                   a ese halo casi palpable,
                               del goce, del deleite.

Mundo que vibra más,
            morder y sentir esa fruición
                     en lo profundo, arraigo vez
                                               de no ser

y continúan esas resonancias,
               a modo refugio,
                  de mi vagabundeo libre
donde aprendí esas excelencias
y esos sabores nuevos,
               jamás pensados
                  jamás despojados
                            de mi Yo.


© Mar Esteban 
Junio 2013 
                                         

jueves, 20 de junio de 2013

Núcleo acerado y disconforme



   Buscando en el núcleo de la memoria
suceden recuerdos ajenos,
Dono esos recuerdos-sótano
   (obsoletos y oxidados)
  Testimonio inequívoco es el recuerdo,
es la memoria que se hace próxima al núcleo
  Aviso de miradas impasibles
  que se acercan y se alejan,
    sin llamada, sin aviso,
 (sin llamar a la puerta)
   Y es aquí donde empieza
           el final de mi benevolencia


© Mar Esteban 
Junio 2013

miércoles, 19 de junio de 2013

Latidos de uniformidad


Lo palpable late
Llega al ser el estar
El estar llega al ser

unísono
Compás
llama
fuego

/irrevocables/

dolor arraigo
contrae la impostura
de quien cree nacer sin pasión

angustia infinita, lacerante
unidad de clan

© Mar Esteban 
Junio 2013 

lunes, 17 de junio de 2013

Michael Schmidt, "Anfión"


We live in a paper house.
Your dwelling's made of stone
And mine, a place of brick.
But we live in a paper house.

The walls of our paper house
Are pages ripped from books;
The ceiling's gothic, dark.
We live in a paper house.

The window panes are each
A verse of a poem or lament:
Tears of love gone, or refrained
We live in a paper house.

Utterance of grief or loss
from before, when we were apart,
Averting our present heart.
We live in a paper house.

In the New Town it rained.
We dined. Your hand touched mine
Almost. I found my heart.
We live in a paper house.

In Rye we woke to bells
And walked on cobbled streets.
My heart was in my mouth.
We live in a paper house.

At Penshurst, avenues
Of autumn led down to spring,
What was the spell? Your eyes.
We live in a paper house.

Chatsworth, Manchester,
My pulse beat in your wrists
Tense as a verb to keep
Alive in a paper house.

What do we do to turn
The pages of this space
To mortar, brick and stone?
We live in a paper house.

On this page I write home
Made solid, out of stone,
And in it, my dear, the two
Who live in a paper house

Unpack their lives and strike
A fire in the hearth and turn
Their soles to the glow. If now
We live in a paper house,

We can reshape it to
A lantern whose warm glow
Spills on the lawn and the snow.
We live. In a paper house,

Believe me, these hard stones
Light on the tongue like words
Are true, and not for long
We'll live in a paper house

But in a house we build
Of touch, and hours, and napes,
My lips climbing your breast.
The walls of our paper house

At dawn will have turned to a hard
And holding place to be
In love, and heart to heart.
We live in a paper house

Out of whose pages we'll draw
An ample residence.
Folded away we'II keep
The walls and the paper slates

Of the house where once we dwelt
And love transformed to this,
Solid, fabulous.
We lived in a paper house.

SCHMIDT, Michael. Selected Poems, 1972-1997. (Smith/Doorstop, 1997)
Vivimos en una casa de papel.
Tu morada está hecha de piedra
y la mía de ladrillo.
Pero vivimos en una casa de papel.

Los muros de nuestra casa de papel
son páginas arrancadas de libros;
el techo es gótico, oscuro.
Vivimos en una casa de papel.

Los cristales de las ventanas
son verso poético o elegía:
lágrimas del amor acabado, o contenidas
Vivimos en una casa de papel.

La expresión de pena o pérdida
del pasado, cuando estábamos distanciados,
distrae nuestro sentimiento del ahora.
Vivimos en una casa de papel.

Llovió en la Ciudad Nueva.
Cenamos. Tu mano casi tocó
la mía. Hallé mi corazón.
Vivimos en una casa de papel.

En Rye nos despertamos con las campanas
y caminamos en calles de adoquines.
Andaba con temor y nervio.
Vivimos en una casa de papel.

En Penshurst, avenidas
de otoño nos conducían a la primavera,
¿cuál fue el hechizo? Tus ojos.
Vivimos en una casa de papel.

Chatsworth, Manchester,
mi pulso late en tus muñecas
tenso como un verbo para estar
vivo en una casa de papel.

¿Cómo convertimos
las páginas de este espacio
en cemento, ladrillo y piedra?
Vivimos en una casa de papel.

En esta página escribo hogar
solidificado, de la piedra,
y en ella, querida mía, nosotros dos
que vivimos en una casa de papel

desempaquetamos nuestras vidas y
encenderemos un fuego en el hogar, con
las suelas giradas hacia las llamas.
Si ahora vivimos en una casa de papel,

también podemos darle forma
de farol cuyo cálido fulgor
Se derrama en la hierba y en la nieve.
Vivimos. En una casa de papel.

Créeme que estas duras piedras
se posan en la lengua como palabras
verdaderas, y no por mucho tiempo
viviremos en una casa de papel

pero en una construida con
el tacto, y horas, y nucas,
mis labios suben hasta tu pecho.
Los muros de nuestra casa de papel

en la madrugada se volverán un lugar
complejo y que poseemos, para estar
enamorados, corazón con corazón.
Vivimos en una casa de papel

fuera de cuyas páginas dibujaremos
una amplia residencia.
Plegados y guardados tendremos
los muros y las pizarras de papel

de la casa en la que habitamos una vez
y el amor se convirtió en esto,
sólido, fabuloso.
Habremos vivido en una casa de papel.

Versión al castellano por Daniel Arana García de Leániz

Para los teterillos

....pues eso, para los teterillos más avezados y más avanzados, leed la Revista Kokoro, que este humilde blog se complace en recomendar fervientemente.

http://revistakokoro.com/

LO IMAGINARIO DE LO ESPONTÁNEO



"Photographier: C’est mettre sur la 
même ligne de mire la tête, l’œil 
et le cœur. C’est une façon de vivre"


“Fotografiar es poner en el mismo 
punto de mira la cabeza, el 
ojo y el corazón. Es una forma de vivir”

Siempre me llamó la atención la forma en la que Henri Cartier-Bresson se valía de una especie de subterfugio para mostrarnos la cotidianidad del instante vivido, del aquí y el ahora para enmarcarlo en un “para siempre”.

Esa admirable magnitud con la que inmortalizaba los gestos y movimientos más elevados y comprimidos en ese espacio inefable, a partir de sutiles trazos, líneas, planos y volúmenes. Bresson tenía una perspicaz forma de mostrarnos esa parte de las matemáticas que estudia el espacio y las figuras, esa parte de un Universo tan extraordinario como es el de la geometría.

Henri Cartier-Bresson siempre utilizó su Leica y su lente de 50mm para “atrapar el instante decisivo”, como un libro donde plasmaba de forma decidida y espontánea los bocetos del momento más intuitivo, del tiempo más efímero. Donde ponía el ojo, ponía su idea y su corazón, de ahí que dotase a su obra de una extremada y sagaz sensibilidad.

A través del marco del visor de una Belleza suave y levemente imaginaria por la simplicidad de la expresión de su Geometría, como si escapase de la realidad a modo “catarsis” al realizar una fotografía.Todas sus obras son luz en estado puro.

 Si hacemos un breve recorrido por ellas, percibimos esa actitud de concentración, esa disciplina de la mente, esas composiciones tan perfectas. Pensemos en fotografías como Downtown, Behind Saint-Lázare, Quai Saint Bernard, Palais Royal, Myéres…y la frase con la que comenzaba toma aún más sentido (Photographier: C’est mettre sur la même ligne de mire la tête, l’œil et le cœur. C’est une façon de vivre).

« Saber mirar para saber crear », nos dirá, mostrándonos una rigurosa organización de las formas visuales, dotadas de una gran carga de profundidad y penetración del pensamiento y la ensoñación.

Aquí es donde encuentro cierta relación con el psicoanálisis y la doctrina freudiana, en su peculiar forma de mostrarnos los retratos tan caracterizados que hacía a sus personajes -soñadores en un desenfrenado grado sumo- con miradas profundas, reflejos de lo que no se ve a simple vista.

Toda su obra gira en torno a la singularidad de lo cotidiano donde se produce una perfecta simbiosis entre el inconsciente de lo visible y el inconsciente de las pulsaciones.

Bresson, dotado de una imaginación activa, buscaba mostrarnos algo más que la mera plasmación del momento, buscaba inmortalizar en su obra lo transitorio, lo fugaz, lo contingente… a través del (re) conocimiento de esa cotidianidad… de ahí que antes de inmortalizar a sus personajes conviviese con ellos en sus rutinas para plasmar “un real imaginario”, “lo imaginario del natural”, y mostrarnos ese mundo interior de los personajes.

Como si de un tirador zen se tratase, movido por una especie de sentido supremo, enfocando con los ojos cerrados el instante, capturando lo fortuito a través de su oblicua mirada; como un sabio conocedor del instante inmortalizado, del “yo eterno” ; como si de un sabio conocedor del mundo, en definitiva, se tratase.

Bresson nos muestra la singularidad de su mirada azarosa y repentina del mundo y sus personajes.

Su carácter de improvisación donde nada es premeditado, donde el azar y la casualidad están presentes en un marco no-previsto, en un marco no-preconcebido.

La Belleza y la Poesía están presentes en el recorrido de toda su obra donde la envuelve un aura sin “peso ni pose”, todo un fluir de gestos, miradas, movimientos…como la levedad de una realidad donde es posible combinar lo que es visible y lo que no.

“Esta connivencia de una disposición inmutable del espíritu y de una disposición transitoria de las cosas no significa tanto la disposición de un Yo en el mundo exterior como la focalización del mundo exterior en el yo”

Toda su obra que se escalona a lo largo de todo un medio siglo, esboza un mismo mundo, un mismo instante en diferentes lugares y circunstancias, como si hiciese la misma toma en distintos contextos espacio-temporales, marcando la personalidad de un inmenso estilo único y propio.

A veces, diviso en sus fotografías un aura que me recuerda a Magritte y su surrealismo mágico…toda su fotografía es comparable a la pintura que al fin y al cabo no es sino el fiel reflejo del mundo interior de sus creadores.

En cierto modo Bresson se impregnó del surrealismo en sus inicios para decantarse al final por el fotorreportaje, donde dejó plasmado un mundo que va más allá de la realidad donde se entrelazan la ensoñación, lo onírico, lo visible, lo palpable…dejando presente que es posible fotografiar más allá de lo que el ojo puede ver, pues es posible disparar con el alma y el corazón.



© Mar Esteban 
Junio 2013

viernes, 14 de junio de 2013

Strangers when we meet (Richard Quine, 1960)



Un extraño en mi vida (Strangers when we meet) de Richard Quine (1960), no es una cinta especialmente conocida, quizás porque Quine no es un artesano tan reputado como otros en Hollywood, en la época dorada de los estudios.

Sin embargo se trata de una auténtica obra maestra. Como melodrama tiene el empaque de los clásicos de Douglas Sirk, aunque su visión de la vida resulta mucho más amarga. De hecho se trata de una de las historias de amor menos complacientes que se han llevado jamás al cine, contada, eso sí, con una precisión matemática a la que no es ajena la realización del guión por parte del novelista Evan Hunter.
Sería injusto sin embargo ignorar el papel fundamental que juega la arquitectura en ella, por más que en una primera visión resultemos atrapados por la trama de la infidelidad conyugal, y esto debido al realismo con el que está tratada. Kim Novak está perfecta en su papel de mujer algo misteriosa y con mucho pasado –ése que la consagraría en Vértigo de Hitchcock. En cambio Kirk Douglas va más allá de la perfección, dado que el dramatismo contenido de su personaje está muy lejos de su habitual registro entre alegre y cínico.

 
Larry Coe (Douglas) es un arquitecto detenido en mitad del camino de su vida. Casado con una bella mujer, con dos hijos, está en esa zona gris en la que uno descubre que todo aquello que has conseguido pesa tanto como aquello a lo que has renunciado. Ejerce su profesión de manera independiente porque todavía tiene aspiraciones. Por eso ya no trabaja para una compañía, lo que supone ingresos menos seguros. Algo que su mujer (la muy guapa Barbara Rush en representación del matriarcado americano) le recuerda en cuanto tiene ocasión. Y aquí es donde se cruzan dos azares en su plácida vida: Maggie (Novak) madre de un compañero de colegio de su hijo mayor, por una parte, y el proyecto de construir una casa para el escritor de éxito Roger Altar (Ernie Kovacs). El contrapunto entre el arquitecto y su cliente no puede ser, en principio, mayor. Coe es la solidez personificada y Altar un cínico playboy. 

Douglas se enamorará perdidamente de la carnal Maggie, siendo infiel a su mujer y, a partir de allí, toda su vida empieza a desmoronarse. El edificio que trata de levantar -la misma América y su sueño traicionado- no tiene pilares que lo sostengan, si no es dentro de un amor verdadero y de un mínimo de moral.

América ya no es lo que era.

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© Daniel Arana García de Leániz
Junio 2013