domingo, 9 de junio de 2013

A título (baldío) de presentación



Las cosas del pensar vienen siempre del límite. No del aquí sino del allí. Y cuando nos concierne el aquí es por lo que tiene de un allí hasta entonces desapercibido. Los lugares, como los tiempos, son equívocos.

Hay un resto que no se compadece con la mera evidencia. Muy al contrario, a poco que nos detengamos en lo evidente de la evidencia, ésta se nos aparece como problemática.

Y ello de un modo no del todo diverso a la complejidad esotérica que descubrimos en la sencillez del ahora, porque ese ahora con el que anhelamos, acaso en vano, obtener la plenitud de la vida, invariablemente se deshilacha en el océano de la memoria –allí donde, por otra parte, el olvido juega también sus bazas más fuertes, o se asoma al mar ignoto del porvenir, que es siempre una mezcla de promesas construidas contra el viento corrosivo de la decepción.

En esa adhesión al límite se cifra la valentía del pensar; una que a menudo habla en voz muy baja y sin grandes gestos.

Ser sabio probablemente consiste en una especie de gracia funámbula, porque a poco que nos detengamos en el examen de los acontecimientos resulta difícil negar todo aquello que hay de delgado hilo o de alambre tenso entre la vida y una cierta opacidad que en cada instante parece desmentirla.

El funámbulo, al igual que el filósofo, necesita de la máxima cordura porque su arte es el más loco. El resto del mundo, es verdad, anda como si no lo hiciese sobre una pequeña cuerda tendida sobre el vacío.

Como un funambulista impasible, el filósofo se sumerge en la inefable acrobacia del pensamiento más impenetrable…se sumerge en ese umbral, esa fisura…ese hueco…y con una habilidad casi pasmosa digna de admiración y asombro.

Como un filósofo impasible, el funambulista realiza ejercicios y discursos vehementes sobre cuerdas flojas donde la meditación y los soliloquios los unen en el arte de la reflexión donde se encuentran la palabra y la altura, sin vértigos.

Pero no es menos cierto que a cada rato tropieza o incluso cae. Y a esa caída la llama el misterio: amar y morir por ejemplo. O de una manera menos explícita todo aquello que en el amar y el morir se resiste a la cotidianidad.

Sin vértigos, decíamos, para sumergirse en el pensar, que no deja de ser un ejercicio prudente de sabiduría, un conocimiento profundo de la vida, la muerte, los sueños, el amor y el deseo.
Todo enmarcado en un cuadro donde el aquí y el ahora no dejan de estar presentes.

Porque al fin y al cabo el filósofo, el funambulista y el sabio no dejan de ser lo mismo: una lengua sabia y poderosa, digna de contribuir con un verso en la tragicomedia de este poderoso drama que es la vida.

© Mar Esteban
Daniel Arana García de Leániz

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