domingo, 9 de junio de 2013

Micro-relato de 2001

Este micro-relato me hizo ganar un concurso de escritura que organizaban varias escuelas. Tenía doce años aún y pensaba que la escritura era un hobby. Hoy sé, sabemos, que es también una forma de vida.


Daniel García: "Como en lo más aterrador de un Poe o de un Lovecraft", 2001

La calle es negra otra vez, ha vuelto a hacerse de noche…de hecho, recuérdalo, siempre salías de noche.
Adornado el cielo con su cinta de estrellas apenas visibles, te invade un sentimiento de reticencia, ignorando a los falsos hombres vestidos con chaquetas largas y holgadas, y sombreros de alas anchas, y las no menos postizas mujeres con faldas ceñidas y blusas iridiscentes. Parecen maniquíes a la luz de la idiotizante luna.

En la manzana siguiente una luz fantasmal gira en torbellino a lo largo de una saliente alta y no pareces temerla en absoluto. Recalquemos, querida, “fantasmal”. Es sencillamente como si algo se moviese por las diez mil lámparas de la vieja marquesina de un teatro, animando los viejos y secos filamentos en un resplandor desordenado, inquieto.

Oyes tu corazón latir desapasionadamente y parece repetir tu nombre: Melissa, Melissa…

Del otro lado de la calle, la más ancha, pero más arriba, se ven, apenas, unos anuncios rectangulares de lóbregos colores que se oscurecen y brillan irregularmente, pareces recordar al del Motel Bates, en la peli de Hitchcock. Sí, eso es, como si los vuelos de unos murciélagos gigantescos ocultaran casi completamente unos tableros luminosos. En un piso alto, junto a las indecisas estrellas, una pequeña ventana derrama una luz amarilla.

Habías vuelto a Ávila la semana pasada movida como por una sensación extraña, en realidad, no vas a heredar nada de tu tío abuelo pues los seres con los que se relacionaba son los que están a cargo en verdad de todas sus propiedades. Pero te han vuelto a asaltar aquellos sueños desde hace seis años, desde que acabó todo.

En esos sueños hay explosiones, gritos, sufrimiento implícito en imágenes distorsionadas y oscuras, como un celuloide macabro que te resta horas de descanso día tras día, mes tras mes…y reconoces lo desfavorecida que te encuentras desde esa falta de sueño.

Suena algo. No es una música bella, pero tampoco desagrada. Y entras dentro de la casa, aparentemente vacía, donde lo has oído la primera vez. Y también la segunda, y la tercera.

Cierras la puerta detrás de ti y te adelantas aplastando hojas muertas, frunciendo la nariz ante el olor de las malezas y el polvo. Encuentras, sorprendida, que los pasillos de la casa están vacíos, las escaleras no tienen alfombra y los adornos en las maderas son muy vulgares.

Segura de que no suena en una de las más cercanas habitaciones a la entrada, en la que está a la izquierda, pasas de largo para enterarte finalmente de que es la tercera a la derecha. Ese es el camino y lo franqueas. Tienes un aspecto más que mortecino, piensas, al verte en el viejo espejo que separa las dos puertas.

Tiemblas, como poseída por alguna rara emoción, como si leyeses lo más aterrador de un Poe o de un Lovecraft.

Es algo que permanece, sonoro, sin cesar, en una estantería misteriosamente limpia. La única sin una mota de polvo de la casa. Y sale de una cajita de música.

La abres, y sigues temblando. Es lógico, sin saber lo que vas a encontrarte. Y por fin das con la solución. Recuerdas entonces, ansiosa y presa de la histeria aquellos bombardeos que pusieron final a la Tercera Gran Guerra. Lo recuerdas especialmente cuando ves lo que contiene la cajita y entonces sabes a la perfección por qué has ido a entrar justo allí.

Eres tú la muñequita que se mueve al abrirla, y también la foto que hay en el pequeño y rojizo fondo de la cajita. Sacas la foto, al menos como puedes, pues la mano tiembla sin remisión. Hay algo escrito a mano detrás:

Melissa Narros Rodrigo, abril de 1991-septiembre de 2016, DEP

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