Sem dizer fogo – vou para ele. Sem enunciar as
pedras, sei que as piso – duramente, são pedras e não são ervas. O vento é
fresco: sei que é vento, mas sabe-me a fresco ao mesmo tempo que a vento.
Tudo o que eu sei, já lá está, mas não estão os meus passos e os meus braços.
Por isso caminho, caminho porque há um intervalo entre tudo e eu, e nesse
intervalo, caminho e descubro o meu caminho.
Mas entre mim e os meus passos há um intervalo também: então invento os meus
passos e o meu próprio caminho. E com as palavras de vento e de pedra,
invento o vento e as pedras, caminho um caminho de palavras.
Caminho um caminho de palavras
(porque me deram o sol)
e por esse caminho me ligo ao sol
e pelo sol me ligo a mim
E porque a noite não tem limites
alargo o dia e faço-me dia
e faço-me sol porque o sol existe
Mas a noite existe
e a palavra sabe-o
Sin decir fuego – voy hacia él. Sin enunciar las piedras, sé que las piso –
con dureza, pues son piedras, no hierbas. El viento es fresco: sé que es
viento, pero me sabe a fresco y viento a la vez. Todo lo que sé, ya está
allí, pero no están mis pasos ni mis brazos. Por eso camino, camino porque
hay un intervalo entre todo y yo, y en ese intervalo, camino y descubro mi
camino.
Pero hay entre mí y mis pasos también un intervalo: así que invento mis pasos
y mi propio camino. Y con las palabras de viento y piedra, invento el viento
y las piedras, camino un camino de palabras.
Camino un camino de palabras
(porque me dieron el sol)
y por ese camino me uno al sol
y por el sol me uno a mí
Y porque la noche no tiene límites
expando el día y me hago día
y me hago sol porque el sol existe
Pero la noche existe,
lo sabe la palabra.
* De la antología Sobre o Rosto da Terra, (1961), traducido por Daniel Arana García de Leániz
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domingo, 29 de diciembre de 2013
Antonio Ramos Rosa: Um caminho de palavras/Un camino de palabras
L' Enfer de Henri-Georges Clouzot

Clouzot abandonó, empero, el proyecto, por diferentes
motivos que incluían disputas entre los actores, problemas de salud...etcétera,
y en 2009, el productor y realizador (y coleccionista nato) Serge Bromberg se
quedó encerrado tres horas en el ascensor con la viuda de Clouzot y ésta le
cedió las 185 bobinas.

Cada imagen del documental es única e irrepetible. Y es cierto que Claude Chabrol hizo su propia versión en 1994. Pero esa es otra historia.
****
© Daniel Arana García de Leániz
Diciembre 2013
miércoles, 18 de diciembre de 2013
Escribir tras el Muro
Me hubiera sido más fácil aceptar
un estado de locura
que aquella terrible barrera invisible
que aquella terrible barrera invisible
Detrás de un muro puede no haber nada. O
puede haber una mujer de cuarenta años. O todo un mundo. O quizás el último de
los mundos.
La novela de la triste e injustamente
olvidada Marlen Haushofer explora los miedos más infinitos del ser humano: miedo a lo
diferente, a lo desconocido, a cambiar. Vivimos, no por nada, una existencia
basada en la mentira de la magancería social en la que nos hemos agazapado
nosotros mismos, un entorno no hostil, en lo hospitalario.
A la manera de un Robinson Crusoe femenino y
postmoderno, la isla solitaria es aquí una cabaña de caza en medio de las
montañas más agrestes, mientras crece, alrededor de ésta, un muro invisible que
la encierra y separa del resto del mundo.
La supervivencia del personaje de Haushofer pasa
por tomar el control absoluto de ese fragmento de mundo que le ha quedado. Igual
que en The House on the Borderland,
de Hodgson, lo hostil es precisamente lo que hay fuera, sólo que en este caso
ni siquiera sabemos ni sabe ella qué hay con exactitud.
Supone el libro una suerte de diario, esto
es, narración introspectiva en su propia inefabilidad, y la escritora,
transmutada en su personaje, es consciente de que será el último relato que escriba en mi vida porque en cuanto lo
termine no habrá en toda la casa ni un trocito de papel sobre el que poder
escribir.
Haushofer elabora una total y absoluta
poética del aislamiento, en el que se acepta –con suma placidez, diría yo- la
situación, tratando de sobrevivir. Debe de verse, por otra parte, como una
descripción de una época –los ecos de Camus y La Peste nos son cuando menos evidentes, si no necesarios- y de una
forma de vivir la vida impuesta por los elementos, como es patente en el caso
de este libro, que, despojado a conciencia de la idiocia de ciertos artificios
narrativos típicos de la década de los sesenta, por otro lado, constituye una
auténtica obra de arte a (re) descubrir.
La historia
de esta mujer a la que ya no le importa su nombre, es también nuestra historia,
la que hemos de vivir alguna vez, o la que ya hemos de interrumpir por no
querer continuar viviendo. Son nuestras también esas pérdidas, las
incapacidades de lo cotidiano. No hay peor fin del mundo que ser arrebatados
del recodo falso en el que se nos ha permitido –bajo nuestro consentimiento o
sin él- vivir.
Que nadie
espere entre sus páginas un plácido mensaje de salvación, la salvación está
dentro de esa cabaña, no fuera, tras el Muro. Símbolo este tan místico como la
Casa en sí misma, es materia frente al espíritu. Quizás la pared que cierra el
espacio, un espacio que ya ha dejado de serlo. Es detención, resistencia y
límite per se.
Si hay, dejémoslo así, una forma de
sobrevivir a la hecatombe que devenga, sea pues ésta –Haushofer inspira
tendencia, al cabo- no sólo la lectura, sino la escritura, como si se tratase
de la isla de Poe –The Narrative of
Arthur Gordon Pym of Nantucket- que ha sido escrita en todos y cada uno de
sus recodos.
Escribir tras el Muro es el emblema principal en el escudo último de la supervivencia.
Escribir tras el Muro es el emblema principal en el escudo último de la supervivencia.
© Daniel Arana García de Leániz
Diciembre 2013
lunes, 21 de octubre de 2013
The Body Stealers (Gerry Levy, 1969)

Ignorada, vilipendiada y sobre todo olvidada, se trata de un
más que interesante producto de la sci-fi británica, a la espera de recibir una
edición en DVD en nuestro país:
Cuando dos grupos de once paracaidistas desaparecen a mitad
de salto, el hombre del ministerio Hindesmith (Allan Cuthbertson), encarga al General
Armstrong (magnífico George Sanders) y al diseñador de paracaídas Jim Radford (Neil
Connery, hermano de Sean) buscar un investigador, que será el mujeriego Bob
Megan (Patrick Allen), que en un principio no cree que nada misterioso esté
sucediendo.

Megan descubre un denominador común: que los once
paracaidistas desaparecidos habían sido entrenados para viajes espaciales, y por
ello decide detener todos los saltos hasta que se entere de lo que está
pasando. Pero cuando uno de los paracaidistas regresa, y muere antes de revelar
nada, dos doctores (Maurice Evans y Hilary Dwyer) encuentran radioactividad en
su cadáver, y los acontecimientos se precipitan hacia un impredecible
desarrollo.
Evidentemente, y aunque estemos lejos de una obra maestra
del fantástico británico -pero tan digno como casi todos los productos de
aquella época, incluyendo los de la Hammer, y superior a Moon Zero Two, del mismo año, por ejemplo- nos hallamos ante un divertido,
solvente y sobre todo, peculiar producto de la serie B más entrañable, con una
excelente ambientación, un reparto de lo más british y lograda en el sentido de
que se trata de una obra de poco presupuesto, pero resuelta con la suficiente
inteligencia como para que el espectador no pierda el interés a través de su
hora y media. Único film de su realizador, Gerry Levy, dedicado luego a
labores de producción para Attenborough o Pollack, nada menos.
***
© Daniel Arana García de Leániz
Octubre 2013
jueves, 3 de octubre de 2013
Witchcraft (Brujería, Don Sharp, 1964)

Todo ello en el ámbito de la campiña inglesa, donde tres siglos después un descendiente de estos últimos, aliado con un promotor inmobiliario sin escrúpulos, ha profanado el viejo y abandonado cementerio de los Whitlock. Contra ello se opondrá el viejo heredero de la misma, Morgan (Lon Chaney, Jr.), quien no dudará en ponerse infructuosamente al avance de la excavadora -que dejará abierta una lápida-, quejándose a Bill Lanier (Jack Hedley), el cabeza de la familia, corresponsable de las obras, aunque en el fondo había ordenado que tal cementerio se respetara. Será el inicio de toda una pesadillesca historia, con la resurrección de Vanessa Whitlock (Yvette Rees), la joven que tres siglos antes fuera condenada por los antepasados de los Lanier a ser enterrada viva, y que desea poner en práctica su plan de venganza.
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***
© Daniel Arana García de Leániz
Octubre 2013
lunes, 24 de junio de 2013
ANOCHE SOÑÉ QUE VOLVÍA A MANDERLEY (o El Extraño Caso del Dr. MacGuffin)

Su obsesión por sexualidades malsanas, psicoanálisis, violencia, la mentira…todo ello hace de su cine algo mágico, que no envejece; películas en su haber que ganan con cada visionado. En fin, estamos ante uno de los genios eternos de la cinematografía.



El
director francés François Truffaut comentará: “Observando el trabajo de
Hitchcock se da uno cuenta de que a todo lo largo de su carrera ha
intentado construir films en los que cada momento fuese un momento
privilegiado, films, como dice él, sin agujeros ni manchas (…) en
cada película de Hitchcock se observa que cada una de las escenas son privilegiadas,
dos escenas de suspenso no pueden ser separadas por una corriente, (…) Hitchcock tiene
horror a lo corriente. El Maestro del suspense es también el de
lo anormal” (El cine según Hitchcock, Madrid: Alianza editorial, 1974,
p. 12).
Actualmente,
cuando el cine se ha ido degradando, con honrosas excepciones, hasta lo banal,
carente de ideas, y en un momento en el que cualquier insensatez se supervalora
ad nauseam, no nos queda más que seguir reivindicando a un Maestro con
mayúsculas, uno de esos pocos directores de los que prácticamente todo el mundo
ha visto alguna de sus películas, o conoce a la perfección alguna de sus
secuencias.
Para
nosotros, hoy y siempre, Hitchcock.
© Daniel Arana García de Leániz
Junio 2013
© Daniel Arana García de Leániz
Junio 2013
viernes, 14 de junio de 2013
Strangers when we meet (Richard Quine, 1960)
Un extraño en mi vida (Strangers when we meet) de Richard Quine
(1960), no es una cinta especialmente
conocida, quizás porque Quine no es un artesano tan reputado como otros en Hollywood, en la época dorada de los estudios.

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Larry
Coe (Douglas) es un arquitecto detenido en mitad del camino de su vida. Casado
con una bella mujer, con dos hijos, está en esa zona gris en la que uno
descubre que todo aquello que has conseguido pesa tanto como aquello a lo que
has renunciado. Ejerce su profesión de manera independiente porque todavía
tiene aspiraciones. Por eso ya no trabaja para una compañía, lo que supone
ingresos menos seguros. Algo que su mujer (la muy guapa Barbara Rush en
representación del matriarcado americano) le recuerda en cuanto tiene ocasión.
Y aquí es donde se cruzan dos azares en su plácida vida: Maggie (Novak) madre
de un compañero de colegio de su hijo mayor, por una parte, y el proyecto de
construir una casa para el escritor de éxito Roger Altar (Ernie Kovacs). El
contrapunto entre el arquitecto y su cliente no puede ser, en principio, mayor.
Coe es la solidez personificada y Altar un cínico playboy.
Douglas se enamorará perdidamente de la carnal Maggie, siendo infiel a su mujer y, a partir de allí, toda su vida empieza a desmoronarse. El edificio que trata de levantar -la misma América y su sueño traicionado- no tiene pilares que lo sostengan, si no es dentro de un amor verdadero y de un mínimo de moral.
América ya no es lo que era.
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© Daniel Arana García de Leániz
Junio 2013
miércoles, 12 de junio de 2013
El Año Pasado en Marienbad (Resnais, 1961)

De la mano del director Resnais y del guionista y afamado escritor de la nouveau roman Robbe-Grillet, El año pasado en Marienbad (1961) viaja a través del tiempo y la memoria para
engarzarse en ambos, sin dejar tiempo a la elucubración poética. Es, digamos, virulentamente
enigmática. Incluso la película más enigmática de la historia del cine, valga
tamaña hipérbole. La incertidumbre, y el
interrogante no respondido sobre qué es el tiempo… ahí es donde El año pasado en Marienbad
plantea el juego, la percepción del tiempo cuando se mezcla con nuestros
recuerdos, a la vez que estos se mezclan con nuestra imaginación, de forma
constante. No hay tiempo para lo REAL en esta película, y el que parta de ella con concepciones realistas se dará de bruces contra la fuerza verdadera del film.
No hay clave
para esta obra de arte, salvo las sensaciones e interpretaciones
suscitadas. Cada fotograma está calculado al milímetro para que el espectador se convierta en uno más de los que atraviesan sus pasillos. Y en esta singular fuerza estética reside la base de la película: la plasmación en imágenes de aquello que pertenece a la mente.
La primera voz que se escucha en el filme es la del narrador, que va
diciendo al principio sin que se le entienda muy bien, y luego cada vez más
claramente; "Una vez más recorro estos pasillos, atravieso estos
salones y galerías en este edificio de siglos pasados...", mientras la
cámara avanza por los interiores de un gran hotel barroco.
Tenemos a X, que intenta
persuadir a una mujer casada, A, de que abandone a su marido, M, y se fugue con
él, basándose en una promesa que ella le hizo cuando se conocieron el año
anterior en Marienbad. Pero la mujer parece no recordar aquel encuentro.
¿No recuerda aquella ocasión?…será
la pregunta de uniformidad desorbitada, y jamás respondida.Y así, poco a poco, a través de fragmentos de conversación,
planos de personas cuidadosamente situadas o de grupos estáticos, la película
va creando su perturbador universo, que puede ser real o imaginario.
Los tres personajes principales comenzarán a revelar sus respectivas
identidades y todo ello tiene lugar en una delicada fusión entre pasado y
presente, donde ya se nos hace saber que no hay nada seguro. Donde el todo es la armonía que tiende a afectar directamente a la sensibilidad perceptiva del espectador. Es una patina genial, una serie de mágicas fotografías únicas. Es la decencia cuestionable de las preguntas sin responder.
Y sí, el film sugiere
muchas preguntas más. Mas nuestra labor consistirá no ya en responderlas, actividad que se antoja
ardua, sino en discernir al menos si lo que vemos es cierto, o solo un sueño concoide,
uno de esos que sólo se dan muy de vez en cuando en el arte, cuando éste es elevado a categorías así.
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© Daniel Arana García de Leániz
Enero 2012 (rev. julio 2013)
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