miércoles, 18 de diciembre de 2013

Escribir tras el Muro

Me hubiera sido más fácil aceptar un estado de locura
que aquella terrible barrera invisible


Detrás de un muro puede no haber nada. O puede haber una mujer de cuarenta años. O todo un mundo. O quizás el último de los mundos.

La novela de la triste e injustamente olvidada Marlen Haushofer explora los miedos más infinitos del ser humano: miedo a lo diferente, a lo desconocido, a cambiar. Vivimos, no por nada, una existencia basada en la mentira de la magancería social en la que nos hemos agazapado nosotros mismos, un entorno no hostil, en lo hospitalario.

A la manera de un Robinson Crusoe femenino y postmoderno, la isla solitaria es aquí una cabaña de caza en medio de las montañas más agrestes, mientras crece, alrededor de ésta, un muro invisible que la encierra y separa del resto del mundo.

La supervivencia del personaje de Haushofer pasa por tomar el control absoluto de ese fragmento de mundo que le ha quedado. Igual que en The House on the Borderland, de Hodgson, lo hostil es precisamente lo que hay fuera, sólo que en este caso ni siquiera sabemos ni sabe ella qué hay con exactitud.

Supone el libro una suerte de diario, esto es, narración introspectiva en su propia inefabilidad, y la escritora, transmutada en su personaje, es consciente de que será el último relato que escriba en mi vida porque en cuanto lo termine no habrá en toda la casa ni un trocito de papel sobre el que poder escribir.

Haushofer elabora una total y absoluta poética del aislamiento, en el que se acepta –con suma placidez, diría yo- la situación, tratando de sobrevivir. Debe de verse, por otra parte, como una descripción de una época –los ecos de Camus y La Peste nos son cuando menos evidentes, si no necesarios- y de una forma de vivir la vida impuesta por los elementos, como es patente en el caso de este libro, que, despojado a conciencia de la idiocia de ciertos artificios narrativos típicos de la década de los sesenta, por otro lado, constituye una auténtica obra de arte a (re) descubrir.

La historia de esta mujer a la que ya no le importa su nombre, es también nuestra historia, la que hemos de vivir alguna vez, o la que ya hemos de interrumpir por no querer continuar viviendo. Son nuestras también esas pérdidas, las incapacidades de lo cotidiano. No hay peor fin del mundo que ser arrebatados del recodo falso en el que se nos ha permitido –bajo nuestro consentimiento o sin él- vivir.

Que nadie espere entre sus páginas un plácido mensaje de salvación, la salvación está dentro de esa cabaña, no fuera, tras el Muro. Símbolo este tan místico como la Casa en sí misma, es materia frente al espíritu. Quizás la pared que cierra el espacio, un espacio que ya ha dejado de serlo. Es detención, resistencia y límite per se.

Si hay, dejémoslo así, una forma de sobrevivir a la hecatombe que devenga, sea pues ésta –Haushofer inspira tendencia, al cabo- no sólo la lectura, sino la escritura, como si se tratase de la isla de Poe –The Narrative of Arthur Gordon Pym of Nantucket- que ha sido escrita en todos y cada uno de sus recodos.

Escribir tras el Muro es el emblema principal en el escudo último de la supervivencia.



© Daniel Arana García de Leániz
Diciembre 2013

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