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lunes, 3 de febrero de 2014

Aquellos espantapájaros de carreteras perdidas

Scarecrows are beautiful.
[…]
A crow isn't afraid of a scarecrow. It laughs.


Necesitarse en medio de carreteras vacías es casi obligado. 


Max (Gene Hackman) y Lion (Al Pacino) son hostiles al principio, y de ahí llegan a la tolerancia, al compañerismo más fuerte posible. La dependencia emocional está servida. Son vagabundos, en efecto, que piensan diferente: el ex presidiario Max, que quiere abrir un negocio en Pittsburgh, y Lion, que después de cinco años embarcado, quiere ver a aquella novia que una vez dejó embarazada, y al hijo que no conoce. Son casi cowboys de medianoche, muy a pesar de esta película, que ha sido conscientemente ignorada en pro de la otra.

SCARECROW (1973) (de) muestra los paisajes rurales, urbanos y suburbanos con un realismo y cromatismo natural inigualable en una época del cine en la que no sobresalen precisamente grandes obras maestras. No lo es ésta, ni falta que le hace. Sobra con dos portentos de la interpretación –eso sí, negacionistas de Hackman y Pacino, abstenerse- y sus lances cómicos, la ternura desprendida en cada diálogo, la coherencia personal y técnica, el dinamismo social. 

La magia, pese a resultar un producto que utiliza conscientemente las artes de Hackman y Pacino, está en crear una suerte de personajes secundarios, sempiternos losers del mejor cine americano, recuérdese si no a la amiga de la hermana de Max, una mujer falta de cariño, solitaria que ve en él un oasis en su triste vida; o la ex pareja de Lion, otra perdedora aprisionada en una vida que la hace infeliz, sin salida posible para huir de allí y empezar desde cero.

La fotografía de Vilmos Zsigmond y la banda sonora de Fred Myrow son claves en una muestra metafórica y pesimista sobre el inevitable fracaso de las relaciones humanas, aunque desgraciadamente, Schatzberg como cineasta no tenga una filmografía especialmente destacable, salvo, eso sí, THE PANIC IN NEEDLE PARK (1971), con Pacino de nuevo irremplazable.

Hacer de la completa marginalidad, pura reivindicación. Eso es este viaje homérico, una odisea que incluye prisiones, humor, y hasta una violación. 

La lección del maestro es tan seca como imponente: el sueño americano está, por último, paralizado, en medio de esos espantapájaros ignorados, pero de una más que sutil importancia.


***1/2


© Daniel Arana García de Leániz
Febrero 2014

viernes, 17 de enero de 2014

"El mundo está lleno de maldad"

La Caza/Jagten (2012) es una de las mejores películas de su época, no creo que sea necesario incidir en ello mucho más, pues a fuerza de repetirse en listas de cinéfilos de todo el mundo, hasta el más reacio parece haber entrado en razón.

Vinterberg logra un relato consistente sobre la maldad, técnicamente irreprochable (todo lo más, un epílogo acabado con cierta celeridad y que no convence como debería, visto el resto de la película, pero al lado de su grandeza, toda una pequeñez que se perdona): en el frío pueblecito danés en el que se desarrolla la historia, sabemos que la caza del ciervo es casi un arte, se apunta y se dispara con la frialdad del que se sabe en un plano superior. El del que es humano frente al que es animal.

Pero un día, Lucas (un impagable Mads Mikkelsen) se convierte en la víctima, en el cazado, animalizado, cuando una niña, hija de su mejor amigo, admite -o más bien responde a un interrogatorio ferozmente cruel a manos de un adulto- haber sido acosada sexualmente por él, en la guardería donde trabaja. La gente del pueblo, sus amigos de siempre, deciden que es culpable y lo juzgan, apuntando y disparándole con el arma de la exclusión social, del acoso y derribo, antes incluso de que pase por manos policiales, a los que, por cierto, no vemos en ningún momento.

Esa gente, máximos pontífices del fariseísmo más extremo, empero, lo único que protagoniza es un acto por desgracia bien lógico, al tratar de defender a una niña inocente. Pero Lucas está igualmente cerca de un Jesús condenado a la crucifixión, a causa de un comentario, no de unos hechos que prueben la barbaridad de la que se le acusa. Resulta curioso como se le ha achacado distancia emocional al relato, y en caso de que sea así, no debemos olvidar que es intencionado, para barajar en principio dos puntos de vista. Y ahí reside lo verdaderamente del film de Vinterberg: no sólo sabemos que Lucas es inocente, además logramos comprender las razones del odio de todo un pueblo -a excepción de muy pocos- que se pone en su contra por considerarle un pederasta. 

Todo ello a través de la inocente mentira de una niña que simplemente lo hace por una suerte de despecho infantil y que nadie se atreve a poner en duda, pues ¿quién es capaz de no creer a un niño, y menos en algo tan horrible?

El problema es que el espectador, si se le desproveyese de la información con la que cuenta desde el principio, acabaría lanzando piedras a las ventanas de Lucas o disparando a su perro. El mundo está lleno de maldad, en efecto. Impagables, lo mismo, la música de Egelund y una fotografía que sirve para afianzar la simbiosis del espectador con la gélida dureza del episodio relatado.

****

© Daniel Arana García de Leániz
Enero 2014

jueves, 16 de enero de 2014

Entre corrupción e iguanas, bienvenidos a la sociedad politoxicómana

Necesariamente hay que incidir en que BAD LIEUTENANT, PORT OF CALL NEW ORLEANS (2009) no es un remake.

Au contraire, se trata de lo mejor que ha hecho Werner Herzog tras una década más bien insulsa -por mucho que sus (falsos) documentales nos gusten más o menos, ha sido artífice de alguna tontería prescindible como THE WILD BLUE YONDER o la directamente fallida, de principio a fin, INVINCIBLE, y desde SCREAM OF STONE se ha mantenido en una cierta abulia cinematográfica- con la excusa de retomar el film de Abel Ferrara, de mismo nombre, pero bien distintas intenciones.


Herzog ha vuelto a su universo -entre el onirismo y la vigilia permanentes- un universo socialmente politoxicómano, compuesto principalmente por un inusual teniente de policía que, a la par que resuelve un brutal caso en la New Orleans post-Katrina, va degenerando in crescendo en una vorágine donde drogas, apuestas y toda clase de delitos conforman su día a día.


El caso es que Herzog manipula, todo muy políticamente incorrecto, qué duda cabe, al espectador de tal manera que le hace partícipe del desmorone particular del teniente que interpreta -por otro lado, de forma sorprendentemente magnífica, Nicolas Cage- y conforma una muestra del mejor cine policíaco, más aún al mejor estilo de Werner Herzog.

El teniente McDonagh es Aguirre, Stroszek, Nosferatu, Fitzcarraldo y hasta Kaspar Hauser, en una sociedad que se cae a pedazos a la vez que el policía, una sociedad donde prostituirse por un gramo de cocaína, o dejar morir a presos en una cárcel inundada parecen principios por lo que regirse, sin miedo ni reparo alguno.


McDonagh es no necesariamente el más dantesco de los personajes de esta película, donde caben iguanas que cantan "Release me" o la danza post mortem del alma de un mafioso. Surrealismo "made in Herzog". El exceso y la amoralidad hechos carne, ojos, voz y, acaso, voto.



Si, por último, no es -como afirma Herzog y a la par, nosotros- un remake, pero sí que mantiene reminiscencias de aquella maravilla protagonizada por Harvey Keitel, debemos reconsiderar lo genial de la operación en la medida en que pervierte el sentido del film de Ferrara:


Ya no son los demonios internos del policía (Ferrara) sino la mecánica absurda y en cierto modo, monstruosa de una sociedad politoxicómana y tóxica, por último (Herzog), que mantiene a tipos con posibilidad de rehabilitación y reinserción, y que ofrece, dicho sea de paso, uno de los más divertidos, burlescos y ridiculizados ejemplos de happy end que haya conocido el reciente cine americano, si es que, por último, es ésta una película americana.

Lo que desde luego sí es, es puro Werner Herzog.


***1/2

© Daniel Arana García de Leániz
Enero 2014


martes, 14 de enero de 2014

Veinticinco preferencias (no necesariamente obras maestras)

Esta es la lista de lo que me ha interesado recordar y salvar de la quema general cinematográfica de este año. Poco más de una veintena de películas -cuidadosa, ambiciosa e independientemente seleccionadas- procurando suprimir dramas lacrimógenos candidatos al Oscar o la sempiterna “obra maestra” a la búsqueda de su (mi) tiempo perdido y así evitar lamentar su presencia más tarde.

Muchas de ellas reúnen los requisitos canónicos para ser consideradas obras maestras, empero, hace años que no creo en dichos requisitos, si es que alguna vez lo hice. Otras, o han pasado desapercibidas, o directamente no han sido vistas, habida cuenta de su desaparición de la mayoría de los listados.

Debe reseñarse que parte de las seleccionadas fueron estrenadas en España este año, pese a haberlo sido en otros países anteriormente. Hay que decir que otras, realizadas en 2013, pero a la espera de estreno, han sido visionadas ya hace un mes como mínimo, pero me las reservo para 2014, pues mi lista empezaría a vaciarse. Sólo incluyo, aún pendientes de estreno, un minúsculo número de películas, consignadas éstas con un asterisco*, pues albergo serias dudas de que vayan a verse aquí alguna vez.

Servidor no se hace responsable del desacuerdo creado. Además, en algunos casos, incluso lo considera irrelevante.

  1. Alting bliver godt igen (Todo irá bien) 
  2. Broken City 
  3. Compliance* 
  4. Deadfall 
  5. Gravity 
  6. Il Villaggio di Cartone 
  7. Jagten (La Caza) 
  8. Le Dernier des Injustes 
  9. Mud 
  10. Nameless Gangster 
  11. Nymphomaniac 
  12. Officer Down 
  13. Prisoners 
  14. Searching for Sugarman 
  15. Shekarchi (El cazador) 
  16. Stoker 
  17. The Act of Killing 
  18. The Berlin File 
  19. The Canyons 
  20. The Frozen Ground 
  21. The Master 
  22. The Tall Man 
  23. Thérèse D. 
  24. Zero Dark Thirty 
  25. В тумане (En la niebla) 

Nota al pie: Ésta es una selección absolutamente personal, de manera que quizás llame la atención hallar algunas películas en ella, y se echarán de menos otras. Desde luego, las tan reivindicadas obras de Haneke, Kechiche, Allen o Sorrentino..., no han desaparecido por desconocimiento. Sus obras han sido revisadas tan a conciencia como el resto de las consignadas, y halladas de interés mínimo. 

Otras no lo han sido –léase cine de animación, drama romántico o acción pura y dura sin otro interés y repletos de tópicos- en definitiva, hago mía la máxima de “de lo que no he visto, no puedo hablar”.

domingo, 29 de diciembre de 2013

L' Enfer de Henri-Georges Clouzot


Henri-Georges Clouzot decidió en 1964 filmar L'ENFER, una enfermiza historia de celos con la magnífica Romy Schneider, ya obviamente alejada del meloso papel de Sissi, y convertida aquí en el estereotipo de mujer independiente de los años 60.

Clouzot abandonó, empero, el proyecto, por diferentes motivos que incluían disputas entre los actores, problemas de salud...etcétera, y en 2009, el productor y realizador (y coleccionista nato) Serge Bromberg se quedó encerrado tres horas en el ascensor con la viuda de Clouzot y ésta le cedió las 185 bobinas.


Así las cosas, y exhumadas las bobinas, Bromberg permitió con su buen hacer que exista hoy un documental casi tan fascinante como lo hubiera sido la película, integrando a otros dos actores, que interpretan ciertas escenas, para poder seguir el conjunto de la historia. La película prometía, en efecto, romper con las formas estéticas anteriores, dando un tratamiento del color ciertamente hipnótico, unos efectos musicales electro-acústicos totalmente novedosos, suspense y tensión palpables en cada plano...etcétera.

Cada imagen del documental es única e irrepetible. Y es cierto que Claude Chabrol hizo su propia versión en 1994. Pero esa es otra historia.

****



© Daniel Arana García de Leániz
Diciembre 2013

sábado, 7 de diciembre de 2013

Exótica

Película de culto cuya sinopsis gira en torno a la "progresiva memoria continua" de cinco personajes desbordados por la aspereza y el desidio de unas vidas absolutamente anodinas que se ven truncadas en un escenario nada convencional como viene a ser un club de strip-tease llamado "Exótica". Aquí encontramos a un Atom Egoyan que consigue seducirnos, una vez más, con un reparto magistral y una verdadera obra de arte donde nos envuelve en una atmósfera casi irreal y absolutamente dramática tratando temas tan profundos y existenciales como la frustración, la soledad, la melancolía y la muerte. Todo ello envolviéndolo con un velo sutil, elegante y sofisticado que hace que el espectador se adentre intrínsecamente en la introspectiva trama.


Intensa, viva y tremendamente sensual Egoyan nos sumerge en una atmósfera misteriosa que se adentra más allá de lo que se ve, penetrando en esas almas desoladas de unos personajes que encuentran su vía de escape a modo "catarsis" en ese lugar de reunión donde logran encontrar consuelo y sentido a su existencia. Una de las escenas más sensuales del film tiene lugar cuando  Christina (Mia Kirshner) comienza uno de sus bailes eróticos de la voz de un Leonard Cohen ("Everybody Knows") absolutamente seductor y sugerente.


Este escenario del deseo y del placer en apariencia va más allá adentrándose en las profundidades de los personajes con unas vidas que llegan a unirse en diferentes espacios de tiempo, un rompecabezas donde comienzan a hilarse las bifurcaciones de vidas diferentes pero unidas por el accidente de un asesinato.


En "Exótica" todos los personajes encuentran una especie de catarsis para salvarse de la autodestrucción y del Caos. Un lugar de encuentro que se convierte en decisivo para Christina (Mia Kirshner) y Francis (Bruce Greenwood), el solitario inspector de Hacienda con un turbio y terrible pasado. En secreto llevan una relación muy especial, una historia oculta que sólo ambos conocen y que despiertan los celos de Zoe (Elias Koteas), el disc-jockey del local, ex-amante de Christina, quien a través del micrófono da rienda suelta a sus fantasías más ocultas de su alter ego.

Una verdadera joya canadiense con una música y una fotografía espectaculares.

****


© Mar Esteban
Diciembre 2013

martes, 19 de noviembre de 2013

The Deadly Game (George Isaac, 2013)

Existe una extraña tendencia a reducir el género thriller a mera factura hollywoodiense, olvidando que, sin duda, se siguen haciendo este tipo de películas también en Europa. En el caso del Reino Unido, es bien cierto que grandes obras maestras del género provienen de allí, sólo citar GET CARTER (1971), THE LONG GOOD FRIDAY (1980) o la más reciente TINKER TAILOR SOLDIER SPY (2011), y que serán suficientes como ejemplo.

Por ello, y pese a todo, conviene abandonar el país de Philip Marlowe, y adentrarse de nuevo en el de aquel Sherlock Holmes, y asistir a indescifrables tramas, corrupción, y persecuciones cerca de Piccadilly Circus o el Támesis. Este año, George Isaac presenta su primera película como director: THE DEADLY GAME. Y lo hace con un reparto hecho para no decepcionar: Gabriel Byrne, Rufus Sewell, Toby Stephens y Julian Sands (sin olvidar la pequeña y siempre sugerente
intervención de una belleza como Elsa Pataky).

Isaac demuestra ser un artesano que respeta los clichés del género, tales como un guión complejo, atmósferas degradadas o situaciones violentas, y que aporta un universo propio, donde un ladrón experto llamado Riley (Toby Stephens) se ve envuelto en un último golpe, mientras un grupo de policías corruptos –liderados por Parker (Rufus Sewell)- traspasa las fronteras entre el bien y el mal, y el líder del crimen organizado londinense (Gabriel Byrne) trata de ceder su imperio a un hijo más que inepto.

Isaac reúne los tópicos del género y lo hace con tal sobriedad narrativa que casi hace olvidar al espectador que los tiene enfrente, con un Londres nocturno que se mueve entre lo hortera y lo clásico, y que recuerda sin duda al antedicho THE LONG GOOD FRIDAY. Son tiempos modernos, un siglo XXI en el que la mafia y la delincuencia tratan de subsistir de alguna manera, y a contracorriente, pues parecen haber quedado atrás, y formar parte del pasado.

THE DEADLY GAME -también conocida como ALL THINGS TO ALL MEN- está dirigida, escrita y producida por el propio Isaac, y resulta, en el fondo, una película mucho más inteligente y elaborada de lo que parece a simple vista. Técnicamente funcional, supone, sobre todo, supone un tour de force de tres excelentes actores (Sewell, Stephens y por supuesto el siempre impagable Gabriel Byrne).

No es, con toda probabilidad, la obra maestra del thriller inglés, pero está tan lejos de ser una de las peores…


***

© Daniel Arana García de Leániz
Noviembre 2013












jueves, 14 de noviembre de 2013

The Frozen Ground (Scott Walker, 2013)

Imaginen una Alaska nevada –para variar- idílica, donde el tiempo parece haberse detenido. En ella vive un feroz asesino, violador y torturador de mujeres (impagable John Cusack), principalmente de aquellas que ejercen la prostitución –de la que, dicho sea de paso, este film está muy lejos de ofrecer una imagen glamourosa- cuya identidad conocemos desde prácticamente el principio.

Conectando uno de sus casos con otro de los sucesos acaecidos en Alaska, al policía de la gran ciudad que da vida Nicolas Cage (en su habitual papel histriónico y asfixiado por su propia existencia) se le meterá entre ceja y ceja acabar definitivamente con el monstruo que va dejando tras de sí un reguero de cadáveres femeninos, ayudado únicamente por una bella prostituta superviviente (la ex chica Disney Vanessa Hudgens, evidentemente alejada de sus primeros papeles, y que realiza una más que creíble interpretación, quizá la mejor de los tres).

Hasta aquí, el argumento, que se resume rápido. Se trata, a priori, ni más ni menos que de un thriller clásico, pero poco a poco, es ésta una idea que se cae por su propio peso.  Tiene a su favor la sempiterna –pero que algunos jamás querremos que deje de filmarse- idea para una trama de psychothriller, una extraordinaria dirección artística, así como de fotografía, y desde luego, la evidente muestra de que Walker sabe hacer cine.

Un thriller en el que los parajes helados cobran tanto o más protagonismo que los propios actores, mezcladas las inclemencias exteriores, eso sí, con una algo más tópica visión de los antros donde bailan mujeres desnudas, justo después de la inyección de droga al uso. Un thriller frío, que deja al espectador como si viniese de recibir una enorme puñalada en las entrañas; film desolador, de especial relevancia en el thriller moderno, con un estilo además que rehuye de lo clasicista, dándole relevancia al movimiento de cámara constante. Movimiento que tiñe al film de un aspecto documental y que le dota de un ferozmente mayor realismo.


No debemos olvidar que, a diferencia de otros productos del género, se ciñe a hechos verídicos, lo que no deja lugar a dudas de la repugnancia que otros seres humanos producen a veces en sus congéneres. Narrativamente austera, ésta es, empero, otra de sus mejores bazas. Probablemente, y digo sólo probablemente, estemos ante uno de los thrillers más gélidos y descarnados de los últimos tiempos, también ante uno de los mejores. Lo que, a estas alturas del viaje, ya es mucho.

***1/2

© Daniel Arana García de Leániz
Noviembre 2013

jueves, 3 de octubre de 2013

Witchcraft (Brujería, Don Sharp, 1964)

Recién aparecida en DVD en nuestro país, Don Sharp ofrece una de sus mejores obras cinematográficas. Acababa de terminar otra de sus maravillas, “Kiss of the vampire” (1963), para la Hammer, y, aunque se trata de un título evidentemente encuadrado en la serie B británica, resulta un producto de renombre por muchos aspectos. Harry Spalding escribe un inteligente guión, constituyendo éste una interesante aportación a la no muy amplia filmografía sobre la temática de la brujería, centrada en un lejano y ancestral enfrentamiento existente casi shakespeariano entre la familia de los Whitlock, que en el siglo XVII se caracterizaron por su prácticas de brujería, y los Lanier, que en su momento aprovecharon aquella circunstancia para adueñarse de sus propiedades. 

Todo ello en el ámbito de la campiña inglesa, donde tres siglos después un descendiente de estos últimos, aliado con un promotor inmobiliario sin escrúpulos, ha profanado el viejo y abandonado cementerio de los Whitlock. Contra ello se opondrá el viejo heredero de la misma, Morgan (Lon Chaney, Jr.), quien no dudará en ponerse infructuosamente al avance de la excavadora -que dejará abierta una lápida-, quejándose a Bill Lanier (Jack Hedley), el cabeza de la familia, corresponsable de las obras, aunque en el fondo había ordenado que tal cementerio se respetara. Será el inicio de toda una pesadillesca historia, con la resurrección de Vanessa Whitlock (Yvette Rees), la joven que tres siglos antes fuera condenada por los antepasados de los Lanier a ser enterrada viva, y que desea poner en práctica su plan de venganza. 

Hasta aquí la sinopsis, que no resulta novedosa especialmente, y quizás allí es donde reside su encanto, por sus lugares comunes bien revisados. Recordará al avezado espectador a obras magistrales como The night of the demon (1957), La maschera del demonio (1960), y productos más que notables como The night of the eagle (1961) o la extraordinaria City of the dead (1960). Una historia que, como todos los títulos antes citados, presenta el contraste del atavismo de una maldición del pasado en el seno de una rivalidad contemporánea, que se sigue manteniendo dentro de una sociedad que conserva aún los rasgos de la misma –la presencia de la mansión de los Lanier, de la que se logra una estupenda utilización dramática; el aquelarre que comanda el viejo Morgan, precisamente en el subsuelo de dicha mansión, al que se accede por el pasadizo que se encuentra en la cripta de la primera de las familias citadas. 

Lastrada quizás solo por una chirriante banda sonora y algunos impresentables zooms, que le impiden alcanzar el rango de obra maestra, Sharp consigue atraparnos en una propuesta quizá no excesivamente original, pero sí suficientemente provista de interés.

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© Daniel Arana García de Leániz
Octubre 2013









miércoles, 2 de octubre de 2013

Prometheus (Ridley Scott, 2012)

Presentada como un film espectacular, precuela de “Alien” (1979), y dirigida por el mismo realizador, el irregular Ridley Scott, sólo tiene lo primero y lo tercero, muy competentemente, dicho sea de paso. El principio es innegable en su espectacularidad y la trama casi una mera excusa: un grupo de científicos y exploradores emprende un viaje espacial a un remoto planeta, una rara estrella recién descubierta, donde sus límites físicos y mentales serán puestos a prueba. El motivo de la misión es que los humanos creen que allá podrán encontrar la respuesta a las preguntas más profundas y al mayor de los misterios: el origen de la vida en la Tierra. 



No, damas y caballeros, Scott no da ninguna clave específica sobre ese origen. Ni falta que hace. Tampoco molesta la suerte de “sopita new-age” que se da al espectador, a modo de caldo reconfortante. Y no, la película no llega a la altura de las dos primeras películas de “Alien”. En absoluto, pero lo que sí hace es superar con creces a las dos siguientes, ambas bodrios insalvables, dicho sea de paso. 


A pesar de sus defectos (la trama presenta no pocos agujeros, quién sabe si para que se nos dé la respuesta a los mismos en su anunciada continuación para 2015), “Prometheus” cuenta con pasajes verdaderamente arrebatadores. Ahí está su maravilloso prólogo, los quehaceres diarios de David durante el viaje o incluso ciertos instantes sangrientos. Semejantes bondades se benefician de la magnífica puesta en escena del realizador, quien nos brinda estampas en verdad admirables. 

Decíamos al principio, y nos reiteramos, que “Prometheus” funciona como espectáculo, que nos traslada a los tiempos de la extrañada Ripley, homenajeada en la figura del personaje de Noomi Rapace, lo mejor del reparto junto al inconmensurable Michael Fassbender, actor total que se desmarca con otro recital gracias al personaje más complejo e interesante de la cinta, el androide Dave. Como precuela de 'Alien', no existe. Como reivindicación de Ridley Scott, funciona, pues aún queda esperanza de que, con otra historia en sus manos, su perdido estatus de autor -perdido entre filmes nefastos- regrese en forma de aplauso unánime de crítica y público. 

“Prometheus” es, sin que flaquee el pulso al escribirlo, una buena película, tan simplona a ratos como efectiva, y que, por cierto, supera películas de su director como las infames “Robin Hood”, “Gladiator” o “La Teniente O’Neil”.

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© Daniel Arana García de Leániz
Octubre 2013

The Canyons (Paul Schrader, 2013)


El director Paul Schrader y el escritor Bret Easton Ellis se unen para documentar, a modo de thriller, las vidas de cinco jóvenes de entre 20 y 30 años en su búsqueda de amor, poder, sexo y éxito en el Hollywood actual. Quizás no nos hallemos ante la obra maestra de su director, pero sí que tenemos una lúcida crítica, un comentario sobre el estado de la cuestión en este 2013, introspección de esos jóvenes ricos mediante.

El guión de Easton Ellis no desmerece su novelística, por otro lado excelente. Bien fotografiada, y no  interpretada, Schrader gira en torno a El Último Tango en París, con un trasfondo thriller para conseguir del espectador aquello que se pretendía, ya que al menos, es inevitable no lograr convencerle de las cualidades interpretativas de la Lohan -al parecer rehabilitada de sus múltiples adicciones, y que recuerda cada vez más a Marlon Brando en la década de los 70- o de James Deen, que suena parecido al mito, pero está bien lejos de serlo.

Se vendió como un producto rompedor y atrevido sobre las vidas de unos jóvenes en la periferia de Hollywood, bien alejada de lo que el cine nos tiene acostumbrados y no resulta rompedora, en efecto, pero sí un inteligente producto del gran Schrader, que vuelve a sus principios de redención, de pecado, en definitiva, una película digna y tan calvinista como Hardcore, American Gigolo, Cat People o la más reciente Affliction. Lo bueno de The Canyons, o lo mejor, no obstante, es que lo que es no puede contarse, debe de verse.

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© Daniel Arana García de Leániz
Octubre 2013

martes, 24 de septiembre de 2013

El Largo Viernes Santo (The Long Good Friday, Mackenzie, 1980)

The Long Good Friday (1980) sufre una suerte de incomprensible mala fama, aún a la espera de ser remediada, máxime cuando ha vuelto a aparecer en DVD recientemente, protagonizada por los excelsos Bob Hoskins y Helen Mirren, más bella que nunca en esta película.

 Hoskins interpreta, con notabilísimo acierto, a Harold Shand, un hortera mafioso inglés, muy al estilo de los de Get Carter (1971), que ha decidido convertirse en un hombre de negocios respetable. Duro y sin escrúpulos, Harold ha conseguido labrarse una posición de privilegio dentro del mundo del hampa y cuenta con el apoyo económico de la Mafia norteamericana para adquirir unos terrenos en una zona deprimida que ellos mismos urbanizarán y que se convertirán en un chorro de millones de libras cuando la ciudad sea designada para celebrar los Juegos Olímpicos de 1980 (que, en el mundo real, se llevó Moscú).  Todo parece ir sobre ruedas hasta que, de pronto, una bomba estalla en su coche a modo de aviso y, después, una serie de atentados encadenados ponen en peligro tanto la operación inmobiliaria soñada como el patrimonio y su posición dominante dentro del hampa. ¿Quiénes son los enemigos de Harold y su organización? ¿Hay infiltrados? ¿Por qué de pronto todo empieza a ir tan mal? ¿Qué pasará con sus socios americanos?
 Es esta película es una brillante pieza de relojería a la que el escocés John Mackenzie dota del pulso narrativo necesario para contar una historia que se desarrolla en el clima asfixiante de un Londres empobrecido tras la enorme crisis económica del 73, en un panorama en el que se respira la corrupción política y policial y sobre el que planea la sombra del I.R.A. convertido, en esta ocasión, en un extraño sindicato dispuesto a llevarse una tajada de las operaciones de su protagonista en concepto de impuesto revolucionario.
   Un panorama, en la tardía Guerra fría, que se nos asemeja bastante más real que cinematográfico.   Merece la pena revisarla, con una inigualable banda sonora de Francis Monkman, fundador del gran grupo Curved Air, y como curiosidad también por ir en busca de los conocidos actores que van haciendo sus cameos, tales como Eddie Constantine, Pierce Brosnan o Paul Freeman.

***1/2

© Daniel Arana García de Leániz
Septiembre 2013




miércoles, 26 de junio de 2013

Recuerdo de Plinio

Entre 1953 y 1985, Francisco García Pavón escribe ocho novelas largas, cuatro cortas y diecinueve relatos protagonizados por el jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso (GMT) en los que se enfrenta a las diversas variantes delictivas de lo cotidiano. El escritor ruraliza al detective y lo dota de un doctor Watson que es veterinario: Don Lotario, que, entre el homenaje y la parodia sirve -como todos los doctores Watson, desde el cronista de Dupin al Biscuter de Carvalho, por citar otro español- para dialogar el personaje, efectuar las notarías de sus peripecias y representar al lector en el interior de la trama.  

Con estos elementos y convirtiendo el pueblo de Tomelloso en su zona de experimentación particular, descompone eso que la religión denomina el Mal en múltiples males menores para demostrarnos que forman parte de todos nosotros: la envidia que corrompe, la miseria contagiosa, la decisión de matar, el secuestro como última forma de la atracción, la mezquindad en sus múltiples transformaciones. Son resueltos, así, eficazmente todo tipo de casos que se presentan en la localidad manchega y alrededores, desde asesinatos a robos de jamones.  

Manuel González, alias Plinio, es un tipo cachazudo y tranquilo, con una sensibilidad oculta pero viva que es su mejor baza para resolver unos asuntos a los que se enfrenta más con su intuición, sus pálpitos, que con las habilidades deductivas consuetudinarias en los protagonistas de esta calaña literaria. Profundo conocedor de su gente, de la gente -de hecho termina siendo reclamado por Madrid en Las hermanas coloradas para resolver un caso-, templado y sin embargo curioso, coincide con Holmes en la necesidad del crimen como desafío intelectual y se hunde en el aburrimiento en época de sequía delictiva (aunque sin necesidad de drogas para su combate). 
Con su vocación para profundizar en las motivaciones, constituye un estereotipo opuesto al tipo duro norteamericano, pero es capaz de compartir con dichos héroes una concepción moral que no tiene por qué coincidir con la establecida. Plinio conoce la naturaleza humana y sus periplos por el mundo entero sin salir de su pueblo. 

Su lenguaje itinerante recoge, con un oído excepcional, los lenguajes de la gente de la calle, de sus vecinos, acercándonos obscenamente al delincuente y a su opuesto, sentándolos a nuestra mesa, igualándolos a fuerza de humanizar sus retratos.
Así, García Pavón enfoca el género conocido como novela policíaca como una mezcla de lo estrictamente policíaco con elementos costumbristas y crítica social hasta donde era posible en la época. Eso le da pues un particular lugar en la historia de la novela negra española, gracias a la inmensa prosa de su autor, que utilizará en sus narraciones el mejor castellano que conoce.

Imprescindible, tras la lectura, asomarse a la serie de ocho capítulos que protagonizaran dos espectaculares Antonio Casal y Alfonso del Real en el papel de los detectives (ver imagen 1), emitida por TVE en 1972, y recuperada por los autores de este blog. La novela negra, como todo buen género, es inmortal de por vida.


© Daniel Arana García de Leániz
Junio 2013

lunes, 24 de junio de 2013

ANOCHE SOÑÉ QUE VOLVÍA A MANDERLEY (o El Extraño Caso del Dr. MacGuffin)



El martirio que sufre Joan Fontaine en “Rebecca”, el sueño de Gregory Peck en “Spellbound”, el intento de envenenamiento de Ingrid Bergman en “Notorious”, el ataque de los pájaros a Tippi Hedren en “The Birds”, los terribles asesinatos de Janet Leigh, del espía Gromek, Karin Dor, o de la mujer de Blaney en “Psycho”, “Torn Curtain”, “Topaz” o “Frenzy”, respectivamente…son varias de las cuestiones que han quedado para el inconsciente colectivo en los que nos confesamos fanáticos de Alfred Hitchcock. 


Su obsesión por sexualidades malsanas, psicoanálisis, violencia, la mentira…todo ello hace de su cine algo mágico, que no envejece; películas en su haber que ganan con cada visionado. En fin, estamos ante uno de los genios eternos de la cinematografía.


De Alfred Hitchcock poco puedo decir que no sea conocido. Nació en 1899 en Inglaterra y moriría en Estados Unidos en 1980. Su estricta educación católica, su relación freudiana con su madre, y si esto lo unimos a su aspecto, hicieron de él un niño tímido y apocado, rasgos que le acompañarían el resto de su vida. Tras morir su padre, tuvo que comenzar a trabajar en una compañía de telégrafos, aunque la pasión por el cine ya había comenzado. En poco tiempo y con pocos trabajos realizados se convertiría en todo un símbolo del cine británico. En 1937 se trasladaría a Estados Unidos y comenzaría el mito. Eterno candidato a los premios Oscar, nunca ganaría ninguno, excepto el honorífico en 1968.


Genio que, como todos los que ha habido a lo largo del siglo, también cometió sus errores: entre ellos, destacaría su un tanto infantil y maniquea visión de la Guerra Fría –“Torn Curtain” y “Topaz” pecan a veces de dicha visión, irremediablemente- su en ocasiones incomprensible tendencia al “miscasting” –casos flagrantes como el de Sean Connery en “Marnie” o Frederick Stafford en “Topaz”, la tantas veces injustamente vilipendiada película del maestro- o, desde luego, un desaforado uso de la transparencia.


El director francés François Truffaut comentará: “Observando el trabajo de Hitchcock se da uno cuenta de que a todo lo largo de su carrera ha intentado construir films en los que cada momento fuese un momento privilegiado, films, como dice él, sin agujeros ni manchas (…) en cada película de Hitchcock se observa que cada una de las escenas son privilegiadas, dos escenas de suspenso no pueden ser separadas por una corriente, (…) Hitchcock tiene horror a lo corriente. El Maestro del suspense es también el de lo anormal” (El cine según Hitchcock, Madrid: Alianza editorial, 1974, p. 12).


Actualmente, cuando el cine se ha ido degradando, con honrosas excepciones, hasta lo banal, carente de ideas, y en un momento en el que cualquier insensatez se supervalora ad nauseam, no nos queda más que seguir reivindicando a un Maestro con mayúsculas, uno de esos pocos directores de los que prácticamente todo el mundo ha visto alguna de sus películas, o conoce a la perfección alguna de sus secuencias.


Para nosotros, hoy y siempre, Hitchcock.


© Daniel Arana García de Leániz
Junio 2013