viernes, 17 de enero de 2014

"El mundo está lleno de maldad"

La Caza/Jagten (2012) es una de las mejores películas de su época, no creo que sea necesario incidir en ello mucho más, pues a fuerza de repetirse en listas de cinéfilos de todo el mundo, hasta el más reacio parece haber entrado en razón.

Vinterberg logra un relato consistente sobre la maldad, técnicamente irreprochable (todo lo más, un epílogo acabado con cierta celeridad y que no convence como debería, visto el resto de la película, pero al lado de su grandeza, toda una pequeñez que se perdona): en el frío pueblecito danés en el que se desarrolla la historia, sabemos que la caza del ciervo es casi un arte, se apunta y se dispara con la frialdad del que se sabe en un plano superior. El del que es humano frente al que es animal.

Pero un día, Lucas (un impagable Mads Mikkelsen) se convierte en la víctima, en el cazado, animalizado, cuando una niña, hija de su mejor amigo, admite -o más bien responde a un interrogatorio ferozmente cruel a manos de un adulto- haber sido acosada sexualmente por él, en la guardería donde trabaja. La gente del pueblo, sus amigos de siempre, deciden que es culpable y lo juzgan, apuntando y disparándole con el arma de la exclusión social, del acoso y derribo, antes incluso de que pase por manos policiales, a los que, por cierto, no vemos en ningún momento.

Esa gente, máximos pontífices del fariseísmo más extremo, empero, lo único que protagoniza es un acto por desgracia bien lógico, al tratar de defender a una niña inocente. Pero Lucas está igualmente cerca de un Jesús condenado a la crucifixión, a causa de un comentario, no de unos hechos que prueben la barbaridad de la que se le acusa. Resulta curioso como se le ha achacado distancia emocional al relato, y en caso de que sea así, no debemos olvidar que es intencionado, para barajar en principio dos puntos de vista. Y ahí reside lo verdaderamente del film de Vinterberg: no sólo sabemos que Lucas es inocente, además logramos comprender las razones del odio de todo un pueblo -a excepción de muy pocos- que se pone en su contra por considerarle un pederasta. 

Todo ello a través de la inocente mentira de una niña que simplemente lo hace por una suerte de despecho infantil y que nadie se atreve a poner en duda, pues ¿quién es capaz de no creer a un niño, y menos en algo tan horrible?

El problema es que el espectador, si se le desproveyese de la información con la que cuenta desde el principio, acabaría lanzando piedras a las ventanas de Lucas o disparando a su perro. El mundo está lleno de maldad, en efecto. Impagables, lo mismo, la música de Egelund y una fotografía que sirve para afianzar la simbiosis del espectador con la gélida dureza del episodio relatado.

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© Daniel Arana García de Leániz
Enero 2014

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