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miércoles, 22 de enero de 2014

Los demonios de Lars Von Trier

Incluida entre las (mis) películas más destacables de Von Trier, ANTICHRIST (2009) resulta una de las obras transgresoras más inquietantes de su artífice. El descenso a los infiernos de la pareja protagonista -extraordinarios Willem Dafoe y Charlotte Gainsbourg- es el dibujo esquizoide de la hecatombe personal y humana llevada al límite, la infla(ma)ción del delirio ad nauseam, es Lacan y es Freud, por completo, en estado puro, a través de los tres estadios de duelo, dolor y desesperación.

Von Trier consigue una de sus más brillantes -no por ello exenta de una nada tímida pretenciosidad, dicho sea de paso- y controvertidas películas, en la que no hay concesión alguna, sólo dolor y destrucción. Es una suerte de Tarkovski sabiamente vendido al exceso, pero con un estilo de marcada personalidad que brilla entre continuos primeros planos, ahondando en el dramatismo de los rostros y lo dramático de un montaje sincopado y brusco que transmite violencia, una cámara nerviosa que se desplaza con los personajes y que genera cierta ansiedad e inquietud.

Es sexualmente explícita hasta el desagrado, es cruda y por último, una suerte de ejercicio terapéutico que se cuenta entre lo mejor de la obra de un director que es capaz de lo mejor y de lo peor, pero siempre adherido a su propia personalidad como realizador que destaca por su crueldad, casi insoportable, a la hora de realizar autopsias morales como ésta.

Dafoe es, por último, un verdadero anticristo aquí, donde psicoanálisis y terapia de choque son agua bendita para la enconada batalla final. Una batalla a muerte que dilucidará el desenlace donde, para Von Trier, psique y cuerpo no atienden a razones.

ANTICHRIST es, ante todo, una obra maestra, que trasciende los límites de la cinematografía para ceder un lugar específico al autoanálisis más fatalista, más tenebroso, más difícil. Pero también más perfecto.

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© Daniel Arana García de Leániz
Enero 2014

jueves, 16 de enero de 2014

Entre corrupción e iguanas, bienvenidos a la sociedad politoxicómana

Necesariamente hay que incidir en que BAD LIEUTENANT, PORT OF CALL NEW ORLEANS (2009) no es un remake.

Au contraire, se trata de lo mejor que ha hecho Werner Herzog tras una década más bien insulsa -por mucho que sus (falsos) documentales nos gusten más o menos, ha sido artífice de alguna tontería prescindible como THE WILD BLUE YONDER o la directamente fallida, de principio a fin, INVINCIBLE, y desde SCREAM OF STONE se ha mantenido en una cierta abulia cinematográfica- con la excusa de retomar el film de Abel Ferrara, de mismo nombre, pero bien distintas intenciones.


Herzog ha vuelto a su universo -entre el onirismo y la vigilia permanentes- un universo socialmente politoxicómano, compuesto principalmente por un inusual teniente de policía que, a la par que resuelve un brutal caso en la New Orleans post-Katrina, va degenerando in crescendo en una vorágine donde drogas, apuestas y toda clase de delitos conforman su día a día.


El caso es que Herzog manipula, todo muy políticamente incorrecto, qué duda cabe, al espectador de tal manera que le hace partícipe del desmorone particular del teniente que interpreta -por otro lado, de forma sorprendentemente magnífica, Nicolas Cage- y conforma una muestra del mejor cine policíaco, más aún al mejor estilo de Werner Herzog.

El teniente McDonagh es Aguirre, Stroszek, Nosferatu, Fitzcarraldo y hasta Kaspar Hauser, en una sociedad que se cae a pedazos a la vez que el policía, una sociedad donde prostituirse por un gramo de cocaína, o dejar morir a presos en una cárcel inundada parecen principios por lo que regirse, sin miedo ni reparo alguno.


McDonagh es no necesariamente el más dantesco de los personajes de esta película, donde caben iguanas que cantan "Release me" o la danza post mortem del alma de un mafioso. Surrealismo "made in Herzog". El exceso y la amoralidad hechos carne, ojos, voz y, acaso, voto.



Si, por último, no es -como afirma Herzog y a la par, nosotros- un remake, pero sí que mantiene reminiscencias de aquella maravilla protagonizada por Harvey Keitel, debemos reconsiderar lo genial de la operación en la medida en que pervierte el sentido del film de Ferrara:


Ya no son los demonios internos del policía (Ferrara) sino la mecánica absurda y en cierto modo, monstruosa de una sociedad politoxicómana y tóxica, por último (Herzog), que mantiene a tipos con posibilidad de rehabilitación y reinserción, y que ofrece, dicho sea de paso, uno de los más divertidos, burlescos y ridiculizados ejemplos de happy end que haya conocido el reciente cine americano, si es que, por último, es ésta una película americana.

Lo que desde luego sí es, es puro Werner Herzog.


***1/2

© Daniel Arana García de Leániz
Enero 2014