Un extraño en mi vida (Strangers when we meet) de Richard Quine
(1960), no es una cinta especialmente
conocida, quizás porque Quine no es un artesano tan reputado como otros en Hollywood, en la época dorada de los estudios.

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Larry
Coe (Douglas) es un arquitecto detenido en mitad del camino de su vida. Casado
con una bella mujer, con dos hijos, está en esa zona gris en la que uno
descubre que todo aquello que has conseguido pesa tanto como aquello a lo que
has renunciado. Ejerce su profesión de manera independiente porque todavía
tiene aspiraciones. Por eso ya no trabaja para una compañía, lo que supone
ingresos menos seguros. Algo que su mujer (la muy guapa Barbara Rush en
representación del matriarcado americano) le recuerda en cuanto tiene ocasión.
Y aquí es donde se cruzan dos azares en su plácida vida: Maggie (Novak) madre
de un compañero de colegio de su hijo mayor, por una parte, y el proyecto de
construir una casa para el escritor de éxito Roger Altar (Ernie Kovacs). El
contrapunto entre el arquitecto y su cliente no puede ser, en principio, mayor.
Coe es la solidez personificada y Altar un cínico playboy.
Douglas se enamorará perdidamente de la carnal Maggie, siendo infiel a su mujer y, a partir de allí, toda su vida empieza a desmoronarse. El edificio que trata de levantar -la misma América y su sueño traicionado- no tiene pilares que lo sostengan, si no es dentro de un amor verdadero y de un mínimo de moral.
América ya no es lo que era.
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© Daniel Arana García de Leániz
Junio 2013
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