El
martirio que sufre Joan Fontaine en “Rebecca”, el sueño de Gregory Peck en
“Spellbound”, el intento de envenenamiento de Ingrid Bergman en “Notorious”, el
ataque de los pájaros a Tippi Hedren en “The Birds”, los terribles asesinatos
de Janet Leigh, del espía Gromek, Karin Dor, o de la mujer de Blaney en
“Psycho”, “Torn Curtain”, “Topaz” o “Frenzy”, respectivamente…son varias de las
cuestiones que han quedado para el inconsciente colectivo en los que nos
confesamos fanáticos de Alfred Hitchcock.
Su obsesión por sexualidades malsanas, psicoanálisis, violencia, la mentira…todo ello hace de su cine algo mágico, que no envejece; películas en su haber que ganan con cada visionado. En fin, estamos ante uno de los genios eternos de la cinematografía.
De
Alfred Hitchcock poco puedo decir que no sea conocido. Nació en 1899 en
Inglaterra y moriría en Estados Unidos en 1980. Su estricta educación católica,
su relación freudiana con su madre, y si esto lo unimos a su aspecto, hicieron
de él un niño tímido y apocado, rasgos que le acompañarían el resto de su vida.
Tras morir su padre, tuvo que comenzar a trabajar en una compañía de
telégrafos, aunque la pasión por el cine ya había comenzado. En poco tiempo y
con pocos trabajos realizados se convertiría en todo un símbolo del cine
británico. En 1937 se trasladaría a Estados Unidos y comenzaría el mito. Eterno
candidato a los premios Oscar, nunca ganaría ninguno, excepto el honorífico en
1968.
Genio
que, como todos los que ha habido a lo largo del siglo, también cometió sus
errores: entre ellos, destacaría su un tanto infantil y maniquea visión de la
Guerra Fría –“Torn Curtain” y “Topaz” pecan a veces de dicha visión,
irremediablemente- su en ocasiones incomprensible tendencia al “miscasting”
–casos flagrantes como el de Sean Connery en “Marnie” o Frederick Stafford en
“Topaz”, la tantas veces injustamente vilipendiada película del maestro- o,
desde luego, un desaforado uso de la transparencia.
El
director francés François Truffaut comentará: “Observando el trabajo de
Hitchcock se da uno cuenta de que a todo lo largo de su carrera ha
intentado construir films en los que cada momento fuese un momento
privilegiado, films, como dice él, sin agujeros ni manchas (…) en
cada película de Hitchcock se observa que cada una de las escenas son privilegiadas,
dos escenas de suspenso no pueden ser separadas por una corriente, (…) Hitchcock tiene
horror a lo corriente. El Maestro del suspense es también el de
lo anormal” (El cine según Hitchcock, Madrid: Alianza editorial, 1974,
p. 12).
Actualmente,
cuando el cine se ha ido degradando, con honrosas excepciones, hasta lo banal,
carente de ideas, y en un momento en el que cualquier insensatez se supervalora
ad nauseam, no nos queda más que seguir reivindicando a un Maestro con
mayúsculas, uno de esos pocos directores de los que prácticamente todo el mundo
ha visto alguna de sus películas, o conoce a la perfección alguna de sus
secuencias.
Para
nosotros, hoy y siempre, Hitchcock.
© Daniel Arana García de Leániz
Junio 2013
© Daniel Arana García de Leániz
Junio 2013
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