Me hubiera sido más fácil aceptar
un estado de locura
que aquella terrible barrera invisible
que aquella terrible barrera invisible
Detrás de un muro puede no haber nada. O
puede haber una mujer de cuarenta años. O todo un mundo. O quizás el último de
los mundos.
La novela de la triste e injustamente
olvidada Marlen Haushofer explora los miedos más infinitos del ser humano: miedo a lo
diferente, a lo desconocido, a cambiar. Vivimos, no por nada, una existencia
basada en la mentira de la magancería social en la que nos hemos agazapado
nosotros mismos, un entorno no hostil, en lo hospitalario.
A la manera de un Robinson Crusoe femenino y
postmoderno, la isla solitaria es aquí una cabaña de caza en medio de las
montañas más agrestes, mientras crece, alrededor de ésta, un muro invisible que
la encierra y separa del resto del mundo.
La supervivencia del personaje de Haushofer pasa
por tomar el control absoluto de ese fragmento de mundo que le ha quedado. Igual
que en The House on the Borderland,
de Hodgson, lo hostil es precisamente lo que hay fuera, sólo que en este caso
ni siquiera sabemos ni sabe ella qué hay con exactitud.
Supone el libro una suerte de diario, esto
es, narración introspectiva en su propia inefabilidad, y la escritora,
transmutada en su personaje, es consciente de que será el último relato que escriba en mi vida porque en cuanto lo
termine no habrá en toda la casa ni un trocito de papel sobre el que poder
escribir.
Haushofer elabora una total y absoluta
poética del aislamiento, en el que se acepta –con suma placidez, diría yo- la
situación, tratando de sobrevivir. Debe de verse, por otra parte, como una
descripción de una época –los ecos de Camus y La Peste nos son cuando menos evidentes, si no necesarios- y de una
forma de vivir la vida impuesta por los elementos, como es patente en el caso
de este libro, que, despojado a conciencia de la idiocia de ciertos artificios
narrativos típicos de la década de los sesenta, por otro lado, constituye una
auténtica obra de arte a (re) descubrir.
La historia
de esta mujer a la que ya no le importa su nombre, es también nuestra historia,
la que hemos de vivir alguna vez, o la que ya hemos de interrumpir por no
querer continuar viviendo. Son nuestras también esas pérdidas, las
incapacidades de lo cotidiano. No hay peor fin del mundo que ser arrebatados
del recodo falso en el que se nos ha permitido –bajo nuestro consentimiento o
sin él- vivir.
Que nadie
espere entre sus páginas un plácido mensaje de salvación, la salvación está
dentro de esa cabaña, no fuera, tras el Muro. Símbolo este tan místico como la
Casa en sí misma, es materia frente al espíritu. Quizás la pared que cierra el
espacio, un espacio que ya ha dejado de serlo. Es detención, resistencia y
límite per se.
Si hay, dejémoslo así, una forma de
sobrevivir a la hecatombe que devenga, sea pues ésta –Haushofer inspira
tendencia, al cabo- no sólo la lectura, sino la escritura, como si se tratase
de la isla de Poe –The Narrative of
Arthur Gordon Pym of Nantucket- que ha sido escrita en todos y cada uno de
sus recodos.
Escribir tras el Muro es el emblema principal en el escudo último de la supervivencia.
Escribir tras el Muro es el emblema principal en el escudo último de la supervivencia.
© Daniel Arana García de Leániz
Diciembre 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario